Esta curiosa película francesa nos cuenta una historia que sucedió realmente y de la que puedo desvelar muy poco: en 1542, en una aldea cercana a lo que hoy es la frontera con España, un joven huye de allí porque se descubre que ha robado algo de grano. Deja a su joven esposa y a su hijo recién nacido a los que tampoco hacía mucho caso (era un tipo oscuro y bastante sosainas) y al resto de su familia y vecinos. A los 9 años regresa un joven que dice ser él, Martin Guerre, aunque enseguida hace sospechar a sus vecinos, y más a su mujer, pues parece no recordar bien a algunas personas y hechos del pasado. Sin embargo es un tipo gentil, honesto y trabajador. Trata a su hijo y a su mujer con respeto y amor y además tiene otras dos hijas con esta última, de las cuales sin embargo una muere al poco de nacer, lo típico de la época. Cuando todo parece estar bien y en paz aparecen, vaya por Dios, dos mendigos que dicen reconocer en Martin a un tal Arnaud, vecino de otra aldea, con el que compartieron la vida militar años atrás. También dicen que el verdadero Martin Guerre fue herido en la batalla y perdió una pierna.
¿Será cierto que este Martin Guerre es un impostor? No desvelaré nada de la trama, os invito a que veáis la peli para descubrirlo, pero sí me gustaría comentar algunas cosillas “de pensar” sobre ella.

recreación histórica
En 1542 Europa estaba en plena transición entre el medievo y la mentalidad moderna. En el entorno rural, que es el que -magníficamente recreado, por cierto- se desarrolla esta historia, podemos ver que la superstición y las falsas creencias son la principal forma de comprender el mundo de los aldeanos, que confunden disfraces con espíritus y desconfían de la razón y la memoria. Por ejemplo, que el nuevo Martin sepa leer y escribir y recuerde datos con precisión se considera peligroso y aumenta las sospechas de sus vecinos y las razones para condenarlo. Aparte de las vestimentas, las comidas y todo eso, me ha parecido interesantísima la manera en que las gentes de la época se comportan y tratan entre sí. Son personas impulsivas, poco reflexivas, muy conscientes del valor de sus escasas propiedades en una economía de pura supervivencia. Aunque llevan una vida miserable y la muerte y la violencia acechan por doquier, son sin embargo gente extremadamente alegre, que por cualquier motivo ríen o se ponen a bailar y cantar. Creo que debajo de esta actitud tan festiva está la idea de que en aquellos tiempos en los que la vida valía tan poco y era tan frágil es esa actitud desenfadada y juerguista la que servía un poco como válvula de escape. Todo esto, claro, es una recreación de los guionistas y el director que no podemos saber en qué grado se corresponde con la realidad, pero que creo que está basada en las ideas de un famosísimo libro clásico que trata sobre este tema y en que recuerdo vagamente -lo leí hace ya mucho- en el que se retrataba a las gentes de esta época con estos mismos rasgos psíquicos y culturales. Me refiero a El otoño de la Edad Media, de Johan Huizinga, un clásico en toda regla.
¿Quién es quién?
Aunque los guionistas no han querido meterse en berenjenales filosóficos, algo lógico por otra parte teniendo en cuenta que los protagonistas son personas en su mayoría analfabetas en las que no quedaría natural escuchar según que cosas, la columna vertebral de la historia de Martin Guerre es el problema de la identidad personal, o incluso, yendo más allá, de la aceptación de esa identidad por los otros. En efecto, el Martin que vuelve es aceptado enseguida por su antiguo clan, aunque no les recuerde bien y parezca un poco perdido. Sus allegados (y en especial su mujer, que es la que más motivos tiene para sospechar) ven a quien quieren ver y se alegran de lo que tienen delante, no de lo que la razón debería dictarles. Es otra forma cualquiera de superstición o pensamiento mágico; nos engañamos consciente o inconscientemente si es para bien.
Cuando pasan los años y Martin se ha integrado de nuevo plenamente en su aldea y es feliz con su familia, de pronto llegan las sospechas y le denuncia un tío suyo al que le pide un dinero que debe darle por las rentas de los años de ausencia. Entonces la aldea se divide entre quienes afirman sin duda ninguna que Martin es quien dice ser y quien afirma lo contrario. Entonces la película entra en una dinámica judicial y es muy curioso que Martin, usando la memoria y el razonamiento, es capaz de echar por tierra una y otra vez argumentos y pruebas en su contra que parecen definitivos. Incluso se llegan a plantear los jueces si no será un demonio, ya que demuestra tanta inteligencia. Por cierto que me ha encantado el personaje de comisario-juez que juzga a Martin. Fue un personaje real, de hecho es quien redactó la historia para la posteridad después de cerrar el caso, su nombre es Jean de Coras y en la película se nos presenta como un tipo extremadamente ecuánime, sensato, justo y comprensivo.

Entonces, ¿Qué es lo que hace que la gente piense que Martin es, o no, un impostor? Uno tiene la sensación, hasta que se resuelve el misterio, de que en el fondo no hay nadie que se preocupe sinceramente por la verdad ontológica. Quieren que Martin sea o no sea según lo que les interesa, y según le quieran o le desprecien. Entonces cabe preguntarse… ¿Qué valor tiene realmente ser nosotros mismos?¿Somos un cacho de carne con nombre o las cosas que hacemos? En mi blog de cine rarito escribí hace unas semanas sobre una peli que habla de empresas en Japón que se dedican -esto es real- a alquilar actores para que hagan de padres, novios, followers… Se llama Family Romance LLC.
Como no quiero desvelar el final, por si alguien se anima a verla (se puede ver pinchando aquí) mejor me despido dejando tan solo un deseo, que quien la vea reflexione unos minutos sobre el valor de la verdad y sobre por qué queremos a quienes queremos.
