MAQUIAVELADAS

¿Habéis escuchado alguna vez la expresión maquiavélico? ¿A que no suena nada bien?
En efecto, una actitud u obrar «maquiavélico» es lo que se dice de alguien retorcido y malintencionado que lo lía todo por su propio beneficio sin cuidarse del bienestar de otros, de hecho, el diccionario RAE dice:  Que actúa con astucia y doblez
Nicolás Maquiavelo ha pasado al imaginario popular como una suerte de defensor de la maldad, como un estudioso del fastidio y del gobierno cruel. Esto no es exactamente así; Maquiavelo no era más que un funcionario y consejero eficaz y laborioso, un tío majo, por otra parte, que quiso poner en orden sus ideas sobre el buen gobernante -En adelante Príncipe– y sobre el método más adecuado a cada uno de los casos en los que éste se encuentre respecto a su pueblo o frente a otros estados en situación de guerra, por ejemplo.

Si tienes tiempo y ganas, aquí te cuentan magníficamente su vida en un rato.

Vamos a ver algún fragmento de su libro más conocido y jugoso, EL Príncipe, cuya lectura recomiendo, aconsejo y facilito -pincha aquí– y creo que no hace ni falta que yo plantee preguntas ni ideas sobre ellos, porque son textos cristalinamente claros.

Y recuerda, están escritos en 1513, no el mes pasado ni el año que viene ¿Te suena de algo su contenido?

Sobre la palabra dada:

Por consiguiente, un señor prudente no puede ni debe mantener la palabra dada cuando tal cumplimiento se vuelva contra suya y hayan desaparecido, además, los motivos que obligaron a darla.

Un príncipe, y especialmente uno nuevo, que quiera mantenerse en su trono, ha de comprender que no le es posible observar con perfecta integridad lo que hace mirar a los hombres como virtuosos, puesto que con frecuencia, para mantener el orden en su Estado, se ve forzado a obrar contra su palabra, contra las virtudes humanitarias o caritativas y hasta contra su religión

Jamás le faltaron a un príncipe motivos legítimos con los que disimular su inobservancia. De esto se podrían dar infinitos ejemplos modernos, y mostrar cuántas paces, cuántas promesas han sido hechas en vano por culpa de la infidelidad de los príncipes; y el que ha sido más zorro, a ése le ha ido mejor.

Pero es menester saber encubrir ese proceder artificioso y ser hábil en disimular y en fingir. Los hombres son tan simples, y se sujetan a la necesidad en tanto grado, que el que engaña con arte halla siempre gente que se deje engañar.

Otro día os traeré más maquiaveladas sobre otros temas. No tienen desperdicio.

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