Un cortometraje de 10 minutos que nos deja a los humanos a la altura del betún. Si los existencialistas -y otras filosofías- defienden la idea general de que hemos venido al mundo para morir, y que debemos hacernos cargo de ello, en esta pequeña joya se defiende que venimos al mundo a matar, que es otra cosa, o quizá, en el fondo, lo mismo.

De su director, René Laloux, no sé si atreverme a recomendar su largometraje más conocido, El Planeta Salvaje, del que estaría bien hablar en otro momento.