El infierno del odio (Akira Kurosawa, 1963)
El Infierno del Odio (en japonés Tengoku to jigoku, literalmente “Cielo e infierno”) es una película japonesa de 1963 dirigida por Akira Kurosawa, uno de los más grandes directores de la historia del cine. Aunque es más recordado por películas de época espectaculares como Rashomon, Los siete Samuráis, La fortaleza escondida (en la que dicen que está inspirada la saga Star Wars) o Ran, también hizo muchas películas contemporáneas en las que analizaba la sociedad de su época.

El infierno del odio es, aparentemente, una película de género, un thriller policíaco localizado en la ciudad portuaria de Yokohama y dividido en dos (o cuatro) partes muy claras:
- El secuestro de Sinichi, con una parte larga y una corta al final
- Presentación de Gondo, secuestro, dilemas y negociación en casa de Gondo
- La escena del tren en la que se paga el rescate
- Investigación policial, también una parte larga y una “coda” final.
- organización y planificación de la actividad policial, persecución y detención del secuestrador
- última conversación de Gondo y el secuestrador en la cárcel.
Las dos partes están formadas, pues, por un gran bloque seguido de una corta escena de gran dinamismo y emoción en el caso de la que transcurre en el tren y de profunda intensidad moral y emocional en el caso de la final en la cárcel.
Desde el punto de vista cinematográfico la película es absolutamente portentosa. Kurosawa encuentra un modelo de narración y puesta en escena distinto para cada una de las partes que merecen un análisis más profundo, pero eso los dejamos para otro momento, porque este comentario se refiere a su trasfondo moral y filosófico.
Y es que El infierno del odio se podría usar para escribir un pequeño manual de introducción a la ética y a otras ramas de la filosofía. Lo que sigue a continuación es un apunte o esbozo de ese pequeño manual posible.

La ética y los dilemas morales
Creo que es bastante obvio cómo está esto presente en la película… El Sr. Gondo tiene que decidir entre la ruina o ayudar al hijo de su chófer, que en el fondo no es “nadie” para él. Es decir: toda la primera parte de la película está construida alrededor de ese dilema. Las alternativas se van sucediendo: Gondo pasa por no querer implicarse, buscar razones para escurrir el bulto, y otras alternativas hasta que al final toma la decisión de renunciar a todo y dar su dinero, para que el niño no corra peligro. Pero en esta parte tenemos también otros dilemas y cuestiones morales sobre las que reflexionar, por ejemplo:
- El papel que podría, pero no puede, jugar el padre del niño secuestrado, sin posibilidad alguna de tomar decisiones, ABSOLUTAMENTE CARENTE DE AUTONOMÍA, por su posición social y no tener dinero.
- La actitud del ayudante de Gondo, que parece encontrar soluciones solidarias que realmente son estrategias para su propio beneficio.

En la segunda parte nos encontramos con lo siguiente:
- Mientras que en la primera destaca la “pasividad moral” de los policías, que deben mantenerse al margen en este asunto del pago o no del rescate, aunque den consejos prácticos, ahora serán ellos los que empujen la rueda de los acontecimientos con una decisión moral polémica cuando deciden por su cuenta que quieren que se condene a muerte a Takeuchi, aunque ellos lo buscan por secuestro. Esta decisión no se cuestiona por nadie en la película, pero hoy en día sería perseguible como un delito de prevaricación.
- Es muy llamativa también la absoluta falta de escrúpulos morales de Takeuchi, cuando usa a la drogadicta que mata solo para probar su veneno, por ejemplo, y además vemos que no siente ninguna empatía por nadie. Y sin embargo, es el que tiene las ideas más claras, aunque sean ideas destructivas. Esto nos enseña bastante sobre la personalidad de las personas fanáticas o radicalizadas. Precisamente tener muy claros sus principios hace que dejen de importar los demás valores.
Política y sociedad
“El cielo y el infierno” a los que alude el título original de la peli se refieren, por un lado, a la casa elevada, de diseño, en la que vive Gondo -que es el cielo- y en la que la violencia y la muerte solo existen como juego para los niños, y donde las decisiones importantes toman forma de dinero o acciones de bolsa. Es el mundo de los ricos y poderosos, que solo viven para su cuenta de resultados y su prestigio personal y además hacen ostentación de su posición social, minoritaria y privilegiada.
El infierno, por el contrario, es el mundo en el que vive Takeuchi, el secuestrador. Es un mundo mucho mayor, inabarcable, como comprueban los policías que quieren cercarle, donde la gente vive casi como animales, en casuchas miserables. Donde nadie destaca y uno puede ser distinto y cometer delitos aberrantes precisamente por no ser nadie, o por ser igual que todos los demás. Es el infierno de la indiferencia, del abandono y de la miseria. Además, desde todo él se puede contemplar la casa de Gondo. Su mansión situada en lo alto es una especie de recordatorio de que los que viven en ella, los privilegiados, están en un lugar inexpugnable, al que uno no puede llegar si no es mediante métodos extraordinarios y temerarios, como secuestrar a un niño.

Además de todo esto hay una reflexión muy característica en todo el cine y la cultura japonesa sobre la influencia de occidente. Los bares y antros que recorre Takeuchi están llenos de occidentales. Estos se divierten -y los jóvenes japoneses que les imitan- desenfrenadamente, abandonados por completo al hedonismo, lo que contrasta con el absoluto orden y coordinación que en esta segunda parte están mostrando los policías, que representan un poco la forma oriental de hacer las cosas, menos individualista y más colectivista.
¿Qué pequeña lección de filosofía política contiene esta película? Bueno, reflexionemos… En la película se presentan algo así como tres métodos o formas de tomar decisiones que afectan a los demás, y cada una de ellas tiene unas consecuencias y unas connotaciones.
- Los empresarios e inversores del zapato representan una forma de gobierno llamada Oligarquía, y en la película se refleja perfectamente como funciona… ¿A quién esperan beneficiar? ¿Cómo se toman las decisiones? ¿Se mira por el bien común?… En fin, es fácil responder a esas preguntas. Y podemos comprender entonces por qué desde Platón se ha criticado desde la filosofía lo poco conveniente que es el gobierno de los ricos (que eso significa “oligarquía”) para la sociedad.
- El secuestrador toma decisiones por sí mismo, atendiendo solo a sus razones y principios y saltándose todas las reglas legales y morales. Él piensa que sus neuras y deseos están por encima de todo lo demás, y que el resto de la gente (y en especial Gondo y los ricos como él) son peores que él y no hay necesidad de que existan. Es una especie de liberal llevado al extremo, que es el extremo de la tiranía. Es una persona que piensa que su libertad para satisfacer sus deseos es más importante que cualquier otra circunstancia en el mundo. Él se justifica a sí mismo por su miseria y estar en cierta forma oprimido, pero las consecuencias de sus actos ya vemos cuáles son, así que es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando llevamos la autoafirmación personal al extremo. Es una buena lección para los tiempos que corren de egolatría y hedonismo.
- Gondo es, sin embargo, la otra cara de esta misma moneda. Es un hombre que usa la libertad -de gastar su fortuna- para un bien superior, y los acontecimientos de la peli reflejan las consecuencias de obrar así… Se ve excluido de “su” sociedad (la fábrica de zapatos) pero se encuentra consigo mismo, y al final de la película es él quien no tiene nada que reprocharse, porque, aunque ahora le vaya peor en la vida, ha cumplido con su deber y está tranquilo. Es de alguna forma el ideal de hombre kantiano, ilustrado y razonable. Aquí se ve muy bien la habilidad de Kurosawa, ya que nos lo presenta al principio como un hombre colérico, mandón, emocional… Pero pasa después a dejarse llevar por la razón y la sensatez, y termina la película sereno y en paz. En el secuestrador, sin embargo, ocurre todo lo contrario. Quiere parecer tranquilo y frío, pero su propia maldad y el miedo a la muerte sacan al animal inhumano que hay dentro de él.
- Y por último, los policías que, como he dicho antes, representan un poco el modo oriental de hacer las cosas. Investigan perfectamente coordinados, en absoluto compañerismo, siguiendo cada pista pormenorizadamente. No hay ni un resquicio de individualismo o rebeldía en ninguno de ellos. Incluso, cuando están en la comisaría coordinando la investigación, todos se mueven a la vez, como en un cardumen de peces. De alguna forma simbolizan lo que en política es un estado fuerte, cohesionado. Vemos que las cosas funcionan, que se acaba resolviendo el delito, que no hay fisuras… Pero hay un detalle del que hablamos antes, que nos avisa de los peligros de este modelo de estado, y es la decisión unilateral que toman de modificar la investigación para inducir a Takeuchi a que haga algo que le lleve a la condena a muerte porque el delito de prisión les parece poco. Esto, como dije, es prevaricación, es lo mismo que si un profesor pone un examen imposible para suspender a un grupo de alumnos que le cae mal. Lo que sucede en un estado fuerte como este es que no hay debate ni control de los actos de quien toma las decisiones, es decir, no hay separación de poderes.

Gnoseología y teoría del conocimiento
También sobre esta parte de la filosofía podemos encontrar referencias en la película, además muy interesantes, pero en vez de desarrollarlas, prefiero dejarlas apuntadas, para que cada uno saque sus propias conclusiones:
- Las ventanas de la casa de Gondo, son amplias y transparentes para que se le vea, pero eso le perjudica…
- Siguiendo con esto, el secuestrador ve a Gondo, pero ni él ni los policías ven al secuestrador. Las consecuencias de conocer y/o ser conocido…
- Takeuchi, cuando vaga por bares y antros de la noche de Yokohama, lleva puestas unas gafas de espejo en las que vemos reflejadas lo que le rodea. ¿Qué querrá decir esto?

- Sinichi, el niño secuestrado, tiene dificultades para recordar por donde pasó con los secuestradores. Puede hacer un dibujo de lo que vio pero no sabe lo que vio. Esto nos habla de los límites de la representación y de la confusión a la que lleva, porque creían haber visto el Monte Fuji pero realmente era una isla.
- Y finalmente… el humo rojo. ¿Hubiéramos sentido y comprendido lo mismo si hubiera sido una película en color? ¿Al escribir la historia los guionistas hubieran pensado en esa estratagema del humo coloreado para encontrar al secuestrador?
Como hemos podido ver en este pequeño análisis, El infierno del odio es una gran película no solo porque pueda entretenernos y hacer pasar un buen rato, o porque disfrutemos viendo las magníficas actuaciones de sus actores o cómo era el Japón de los años 60. Además de todo eso nos deja un montón de preguntas e ideas en el aire, que están por cierto al alcance de cualquiera, porque se nos presenta en un formato -aparentemente- simple y atractivo.
Invito a tod@s, como siempre, a volver a verla en otro momento (¡o ahora mismo!) porque, como tantas veces digo, es viendo por segunda vez las películas cuando se les ven «las costuras» y se puede aprender a apreciarlas.
