Este relato largo un tanto escondido del famoso escritor ruso, autor lo mismo de novelas inmensas -en todos los sentidos- como Guerra y Paz, que de microcuentos infantiles con moraleja, está justo en el término medio, que no es la mitad, de lo uno y de lo otro, y a mí me encanta.

Trata sobre los hechos a los que da lugar la falsificación de un billete-cupón (una especie de cheque de la época) al que se le añade un simple palito, un «1», para que su valor pase de los 2,50 a los 12,50 rublos. Una rayita, un gesto desprevenido que pone en marcha toda una serie de acontecimientos y cambios vitales que afectan a la vida de decenas de personajes. No se trata de que el billete vaya de mano en mano como una especie de amuleto maldito, no es eso. Lo que ocurre es lo que de verdad pasa en las vidas: que se detona un cambio, y el cambio nos transforma. En El Cupón Falso hay toda una caterva de hombres y mujeres que, trocados por las ondas sísmicas del billete, dejan de ser lo que eran y se convierten en mejores personas, asesinos, nihilistas, ladronzuelos y mucho más. Pero lo que hace grande al relato es el matiz; no hay persona sin principios que se transformen ni hay maniqueísmos absurdos. La complejidad humana siempre ronda por todas partes.
En la mayor parte de los casos, sin embargo, las decisiones no son forzadas, sino que la voluntad es puesta a prueba y el personaje toma una decisión autónoma, aunque condicionada. Las circunstancias se podría decir que «aprietan pero no ahogan»; cada cual escoge su camino, pero son caminos inesperados, indeseados, impropios en cierto sentido. Según progresan las historias la redención va ganando espacio y protagonismo a la desesperación.
Es como la vida entera, que Tolstoi comprime en las peripecias de cada uno de sus personajes.